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La historia de un pariente de Ambrosio que vivió en la Antigua Grecia y acompañó a un atleta a participar de los Juegos Olímpicos.
Al principio, cuando se le acercó, él tuvo miedo. Si hasta pensó en mostrarle los dientes y poner cara de perro malo. Pero Niceas le hizo un mimo redondo y largo, detrás de las orejas. Y después otro mimo. Y otro más. Lindos eran esos mimos. Tan lindos que se le pasó el miedo y, en lugar de mostrar los dientes y poner cara de perro malo, le movió la cola (cinco veces se la movió). Entonces Niceas le vio la pata lastimada. Cuando le hizo señas de que lo siguiera, él intentó levantarse, pero no pudo. Y lo miró con los ojos tristes. “Vamos”- lo alentó muchacho y su voz fue como otro mimo. Por eso, se puso de pie, aunque las patas le temblaban y dio un pasito y otro más y otro hasta que Niceas le hizo upa y lo llevó a su casa